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Oñemboapyka o cómo la palabra nos humaniza
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Los y las guaraníes (porque esta historia es también de mujeres) tienen mucho que enseñarnos. En los años que acompañé sus andares, de lo mucho que aprendí y que ahora en circunstancias de las crisis que vivimos se fija con urgencia en la memoria, están las formas que asume la democracia en esas sociedades mal llamadas “tradicionales”. Un momento culminante de ella son las Ñambuati Guasu, o “Asambleas Grandes”, donde se dirimen las urgencias, pero también se escudriña la historia y se vislumbra el futuro. En esos grandes encuentros, que pueden durar varios días, se delibera minuciosamente cada tema, porque “hablar-hasta-que-las-palabras-se-igualen” posibilita buscar consensos y una vez logrados, proceder recién a elegir a las autoridades comunales que tendrán la responsabilidad de liderar lo acordado. Primero se define una visión compartida o “programa de gobierno” y luego recién a sus ejecutores. Si la agenda esta signada por movilizaciones se elegirá a los más jóvenes y más diestros
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Al final de los días sabremos que fue una guerra y nosotros sus perdedores Al final de los días poca de la bochornosa felicidad quedará en pie salvo el sosiego y el furor de las batallas que dimos y perdimos una y otra vez una y tantas veces cual ciegos guerreros Al final de los días sabremos que la hoja en blanco que tanto nos aterro no era ausencia de palabras sino el indescifrable hastío de un mundo ensombrecido y nosotros criaturas solitarias de pronto enmudecidas Al final de los días habremos descubierto que el poder desluce y marchita el alma sin más razones que sí mismo Al final de los días sabremos que la nostalgia fue órgano vital en nuestro cuerpo para revivir lo que perdimos para anhelar incalificables amores Al final de los días de todo lo que con avidez leímos solo quedarán urgentes líneas la dignidad de Camus la soledad de Medinaceli la patria irredenta de Zavaleta la provincia profunda de Urza
Javier Marias: "Mañana en la batalla piensa en mí"
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Silvio Rodríguez: Fidel entre dos infancias
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Escuché hablar de Fidel por primera vez en mi infancia, bastante antes del 1º de enero de 1959. Por entonces su nombre se decía en voz baja y a veces se percibía en los murmullos de los mayores. Una noche lo escuché mencionar en la radio, también a bajo volumen, en casa de unos parientes que tenían onda corta. Allí escuchábamos una emisora clandestina que trasmitía desde las montañas de la Sierra Maestra, donde aquel nombre prohibido y sus amigos se peleaban a tiros con el ejército. Así que lo primero que aprendí de Fidel es que a veces había que ser discreto: no se podía decir su nombre, no se podía decir que escuchábamos aquella emisora, como tampoco se podía decir que en la panadería de enfrente se vendían bonos del 26 de julio. Por lo mismo también fue secreto que, de mis soldaditos de juguete, mis afines eran los rebeldes, y que sus enemigos eran los mismos enemigos de los rebeldes de la realidad. Apenas dos años después del triunfo revolucionario, Fidel, para mi, fue aque
"Y si alguna vez, en vida mía, la revolución llegara a separarse del honor, yo me apartaría de ella" Albert Camus
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Hay algo en las sociedades muy similar a una ley de la física, pero que sucede en el mundo de la política. Es decir es inapelable, fatal e inexplicable a primera vista. Simplemente sucede. Me refiero a que cuando un actor político está conectado con el devenir de la historia y por esa vía con el sentido común ciudadano, todo le sale bien, aún los errores más crasos encajan en una narrativa general ... que habla de éxito y ascenso. Pero por el contrario, cuando esa comunión con la historia se resquebraja y adviene un progresivo e inevitable desapego con los sentires de la sociedad, todo comienza a salir mal. Cada error, por más mínimo que sea, adquiere dimensiones extraordinarias. Y lo que antes eran certezas, resultan en extravíos. “Se perdió el sentido de la historia” se suele decir. Pero es mucho más que una frase a medida. Es un círculo vicioso que transcurre lacónicamente entre el traspié y la mala medicina. Ocurre que como se perdió el sentido del devenir social, a nuevos
Mateo Alandia Navajas: El libro de Miguel
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No recuerdo exactamente quien fue el que dijo que para escribir hacen falta dos cosas esenciales: tener algo que decir, y decirlo. También recuerdo que cuando le preguntaron a Jorge Luis Borges qué hacer con tanto joven escritor que se perfilaba en la Argentina, respondió simplemente que había que desanimarlos. Y es que penosamente en esa profu sión de escritores que parece caracterizar estos tiempos, muchas veces nos hemos encontrado con individuos que publican aunque no tengan verdaderamente nada que decir, y lo dicen de manera profusa, ejercitando estilos muy a menudo estridentes en un esfuerzo por tapar con el ruido el silencio esencial que los informa. Afortunadamente no es el caso del escritor tarijeño que ha despachado una hermosa novelita corta titulada “Si aún queda llanto en tus ojos” pues él, Miguel Castro Arce, nos cuenta muy bien una hermosa historia de soledad y de búsqueda, en un estilo tan sobrio y preciso que claramente es la historia la verdadera protag
Tiempos opacos
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Son días grises, opacados por un desánimo que no solo es personal, porque parecería que todos los dioses se confabularon en contra de las elementales certidumbres que en el mundo –y en este paisito alejado del mundo también- se habían construido y a las que a su turno nos aferramos cual desamparados náufragos. Ya conocimos en la historia el derrumbe de utopías, pero inevitablemente terminamos er ... igiendo otras. Acaso porque sin anhelar simplemente no es posible vivir. Anhelos indescifrables, que se manifiestan en una imperecedera insatisfacción y en una perpetua nostalgia, que nos entristecen casi sin saber por qué, cuando en realidad lo que estamos padeciendo es nada menos que la añoranza de otro mundo, uno pleno de claridades. Esa fue nuestra pequeña historia personal y es así como la historia, sin adjetivos, desde siempre fue y acaso así sea eternamente, si lo eterno existe. Un absurdo dios-historia borgiano que juega a los dados en un universo de pronto anochecido. Pero
Entre dos mundos
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Ya sea por viajes reales, es decir con patentes partidas y urgentes retornos, o simplemente por desplazamientos imaginarios a través de los libros, pues como alguna vez dijo Borges “leer es la forma más cómoda y segura de viajar, pero también puede ser inquietante”, tuve acceso a dos mundos tristemente fragmentados. El de la modernidad de las grandes y oropeladas urbes y el universo de umbrías comarcas donde la vida se asemeja más a un milagro que, como siempre debería ser, a una celebración de la naturaleza, pues según intuyo todos los dioses actúan a través de ella y de ahí su sagrada investidura. Y en estos andares fui asumiendo una actitud que con el tiempo tomé como una modesta misión: tender, también modestamente, puentes entre esos dos mundos. Pues siempre entendí que la vida que me tocó vivir era en cierta medida un privilegio y a todo privilegio, siempre inmerecido, le debería corresponder cuando menos una obligación. En esos afanes de oficioso y perplejo