Los y las guaraníes (porque esta historia es también de mujeres) tienen mucho que
enseñarnos. En los años que acompañé sus andares, de lo mucho que aprendí y que
ahora en circunstancias de las crisis que vivimos se fija con urgencia en la
memoria, están las formas que asume la democracia en esas sociedades mal llamadas
“tradicionales”. Un momento culminante de ella son las Ñambuati Guasu, o “Asambleas
Grandes”, donde se dirimen las urgencias, pero también se escudriña la historia
y se vislumbra el futuro. En esos grandes encuentros, que pueden durar varios
días, se delibera minuciosamente cada tema, porque
“hablar-hasta-que-las-palabras-se-igualen” posibilita buscar consensos y una
vez logrados, proceder recién a elegir a las autoridades comunales que tendrán
la responsabilidad de liderar lo acordado.
Primero se define una
visión compartida o “programa de gobierno” y luego recién a sus ejecutores. Si
la agenda esta signada por movilizaciones se elegirá a los más jóvenes y más
diestros en duras negociaciones o a mayores y ancianos si se tendrá que
enfrentar temas de cultura u organización interna. O como suele suceder con
frecuencia, una combinación de ambos, es decir, una miscelánea prudente de
juventud y experiencia. Elección ejercida de una manera muy visual, pues se
acostumbra a que cada candidato nominado se ponga al frente y el resto, los
electores, van formando fila detrás de sus predilectos o predilectas y,
finalmente, la fila más larga corresponderá al ganador o ganadora. Luego todo
es fiesta, que también puede durar varios días.
En nuestras democracias
representativas el voto, es decir las episódicas elecciones y todo lo que ellas
representan, son el momento central y casi único de participación ciudadana
formal. Donde no se vota un programa sino mayormente a personas. De ahí que,
dependiendo de la popularidad de los contendientes y la ya sempiterna
desilusión que nos aqueja, un payaso mediático o un showman de moda pueden
hacerse del codiciado poder. Ya nadie se fija en los programas, que, en el
mejor de los casos, si existieran, habrán sido elaborados entre cuatro paredes
o, lo que es más común, plagiados vía google. Porque efectivamente en las redes
hay también un “rincón del vago” para políticos.
Se hace exactamente al
revés de lo que los guaraníes han construido como sus formas peculiares de
democracia: elegimos a quienes nos gobernarán sin saber exactamente lo que
harán. ¿Y si aprendiendo de los indígenas nos pondríamos de acuerdo primero en
una agenda mínima que sea común a todos y luego recién buscaríamos llevar al gobierno
a quienes tengan el mejor perfil para implementarla? Esa sí que sería una gran
innovación democrática.
Igualmente, siguiendo el
imaginario de democracia de los guaraníes, podríamos resignificar la política
que debería ser, nada más ni nada menos, que
“hablar-hasta-que-las-palabras-se-igualen”. Es decir, el arte de alcanzar
consensos elementales en sociedades que, como la nuestra, están aquejadas por
múltiples fracturas.
Asimismo, además de recuperar la
política y devolverle su primigenio significado, tendríamos que reconquistar el
valor de la palabra, pues ella está en la base de todo proceso de deliberación
democrática y, en el caso de los guaraníes, es parte sustancial en la
construcción de su humanidad, pues para ellos, como nos enseña la antropóloga
Graciela Chamorro, “el embarazo es el resultado de un sueño y el nacimiento, el
momento en que la palabra se asienta o procura para sí un lugar en el cuerpo
del niño, oñemboapyka. La palabra
circula por el esqueleto humano. Ella es justamente la que lo mantiene de pie y la que lo humaniza”.
Estas formas de representar y entender la democracia y
por esa vía resignificar a la política, cobran sentido en algunos de los
debates académicos contemporáneos que se han propuesto complejizar la
democracia y así buscar vías disruptivas para recrearla en función a los
desafíos que el complejo contexto actual nos presenta. El filósofo español Daniel
Innerarity es muy claro al afirmar que “lo competitivo está eclipsando la
dimensión colaborativa de la democracia”. Igualmente, “con el pacto no sólo se
arbitra entre posiciones contrapuestas, sino que se lleva a cabo una modulación
de tales posiciones que permite mayores variaciones que el sí o el no, es
decir, que en el fondo refleja mejor la pluralidad social y proporciona a la
ciudadanía unas posibilidades de elección más ajustadas a sus preferencias”.
Las preguntas que se hace Innerarity son medulares para
repensar la democracia en su dimensión deliberativa y productora de pactos: “¿Por
qué es más democrático votar cuando negociar es una operación que permite
integrar a más personas en la voluntad popular? ¿Es más democrático optar entre
posiciones contrapuestas que ratificar o no un acuerdo en el que se han
integrado múltiples matices?”
No se trata, por supuesto, de obviar el hecho electoral,
sino de sacar a la democracia del ya perverso predominio de una lógica binaria
y difusa, enriqueciéndola y esclareciéndola en espacios institucionalizados de
deliberación, negociación y acuerdo de agendas urgentes, transversales y que eviten
el descalabro de nuestras sociedades.
Se podrá afirmar que esta es una visión ingenua o
ilusoria y que la política que configura las democracias que padecemos no puede
desapegarse de la confrontación, porque lo que está en juego son visiones irreconciliables
sobre el mundo. Y no deja de ser cierto en determinados aspectos, pues soy un
convencido de que las ideologías sí existen, pero no pierdo la esperanza de que
frente a los abismos a los que solemos llegar los bolivianos un pacto
democrático, plural e inclusivo puede ser determinante.
Haciendo un sobrevuelo por
nuestra historia podemos constatar fehacientemente que las grandes
transformaciones han surgido desde los bordes de las sociedades, desde las
fronteras mismas de la exclusión y que en su origen son claramente indígenas,
populares y callejeras. La calle propone institucionalidad y sentidos comunes
que luego la academia, la intelectualidad llamada orgánica, los medios y los
partidos capturan, jugando un rol de intermediación no siempre fiel. En este
caso, la Ñambuati Guasu guaraní puede ayudarnos a vislumbrar algunas certidumbres
que con urgencia requerimos para que nuestras democracias, a decir del mismo Innerarity,
dejen de ser “bazares de la simplicidad” y de la banalidad, añadiría yo.
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