Escuché hablar de Fidel por primera vez en mi infancia, bastante antes del 1º de enero de 1959. Por entonces su nombre se decía en voz baja y a veces se percibía en los murmullos de los mayores. Una noche lo escuché mencionar en la radio, también a bajo volumen, en casa de unos parientes que tenían onda corta. Allí escuchábamos una emisora clandestina que trasmitía desde las montañas de la Sierra Maestra, donde aquel nombre prohibido y sus amigos se peleaban a tiros con el ejército. Así que lo primero que aprendí de Fidel es que a veces había que ser discreto: no se podía decir su nombre, no se podía decir que escuchábamos aquella emisora, como tampoco se podía decir que en la panadería de enfrente se vendían bonos del 26 de julio. Por lo mismo también fue secreto que, de mis soldaditos de juguete, mis afines eran los rebeldes, y que sus enemigos eran los mismos enemigos de los rebeldes de la realidad. Apenas dos años después del triunfo revolucionario, Fidel, para mi, fue aque...