Canto del Agua


Por la ruta que va de Yacuiba a Palos Blancos, hoy he vuelto a bajar del Aguaragüe, majestuoso y aún cubierto por las brumas del amanecer, a Canto del Agua y, una vez más, tuve la certeza de estar en el lugar que posee el nombre más bonito con el que ser humano alguno haya nombrado jamás a un territorio. Y garabateo sin dudar la palabra “certeza” porque de la infinidad de lugares donde algún día amanecí, muchos de ellos con bellos nombres en los más diversos idiomas, ninguno se asemeja siquiera al de esta comunidad del pie de monte chaqueño, por lo sonoro, delicado y musical. Canto del Agua es, además, un lugar de una belleza extraña y sensorial, porque tiene la virtud de despertar los sentidos y ponernos en alerta ante el más imperceptible de los murmullos -al amanecer solo el canto de los pájaros- y librados a los aromas de la tierra siempre recién llovida, porque ante un nuevo día, este lugar eternamente parece estar renaciendo de un pertinaz e inmemorial aguacero. Pero también, con no poca frecuencia, Canto del Agua posee el embrujo preciso para predisponernos a la nostalgia y a los rigores de la memoria. Es decir, ponernos al desnudo y, lo más terrible de todo, solos frente a nosotros mismos.Y cuando uno se mira frente al espejo inexistente pero implacable de un paisaje casi irreal por lo desmesurado de su belleza, no queda ninguna posibilidad de huida y nadie, así sea solo en la forma de una exigua voz humana salvadora, vendrá en tu ayuda, porque la belleza sin medida suele condenarte a soledades también sin medida. Estás poseso de ella y la disfrutas avariciosamente, a sabiendas de que tal vez en ello se te vaya la vida.Eso sentí yo cuando hace ya tantos años estuve por primera vez en estas tierras y eso siento ahora cuando nuevamente, insomne y vencido, me arrimo a ellas, pero esta vez a sabiendas de lo que me sucedería y es más, deseándolo en lo más íntimo de mi ser. Sucede que desde que salí del Chaco deje de tener noticias de mi mismo y, de alguna manera, me convertí en un desterrado. Poseído, por primera vez en mi vida, de la sensación de estar fuera del lugar que me corresponde en este mundo y sin el calido amparo de las voces que acunaron en dulce guaraní mis años chaqueños. Ahora caigo en cuenta que corro el riesgo de quedar por siempre condenado a las severidades de un eterno exilio y por ello escribo febrilmente estas líneas, con la esperanza de tender puentes a ese mundo que se me escabulle de entre las manos y acaso así también conjurar las tentaciones de la nostalgia y de un vivir siempre a la intemperie.Sé que la felicidad no existe, por ello, como alguien ya lo descubrió, siempre intente ser feliz prescindiendo de ella. No se si lo logre, pero sin ninguna duda si en algún tiempo fui feliz fue recorriendo estas tierras chaqueñas acompañado por los seres más entrañables que la vida me deparó en mis múltiples caminares.

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