Canto del Agua

Y cuando uno se mira frente al espejo inexistente pero implacable de un paisaje casi irreal por lo desmesurado de su belleza, no queda ninguna posibilidad de huida y nadie, así sea solo en la forma de una exigua voz humana salvadora, vendrá en tu ayuda, porque la belleza sin medida suele condenarte a soledades también sin medida. Estás poseso de ella y la disfrutas avariciosamente, a sabiendas de que tal vez en ello se te vaya la vida.
Eso sentí yo cuando hace ya tantos años estuve por primera vez en estas tierras y eso siento ahora cuando nuevamente, insomne y vencido, me arrimo a ellas, pero esta vez a sabiendas de lo que me sucedería y es más, deseándolo en lo más íntimo de mi ser. Sucede que desde que salí del Chaco deje de tener noticias de mi mismo y, de alguna manera, me convertí en un desterrado. Poseído, por primera vez en mi vida, de la sensación de estar fuera del lugar que me corresponde en este mundo y sin el calido amparo de las voces que acunaron en dulce guaraní mis años chaqueños. Ahora caigo en cuenta que corro el riesgo de quedar por siempre condenado a las severidades de un eterno exilio y por ello escribo febrilmente estas líneas, con la esperanza de tender puentes a ese mundo que se me escabulle de entre las manos y acaso así también conjurar las tentaciones de la nostalgia y de un vivir siempre a la intemperie.
Sé que la felicidad no existe, por ello, como alguien ya lo descubrió, siempre intente ser feliz prescindiendo de ella. No se si lo logre, pero sin ninguna duda si en algún tiempo fui feliz fue recorriendo estas tierras chaqueñas acompañado por los seres más entrañables que la vida me deparó en mis múltiples caminares.
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Un abrazo.