Sobre chinos, aimaras y lo global plebeyo
Son las seis de la mañana, unas cuantas horas más y tomo mi vuelo a Santa Cruz. La sala de espera del aeropuerto de San Pablo se parece más a un hospital de guerra que a una moderna terminal aérea. Gente tendida en el suelo intentando dormir, mientras otros apresurados buscan la puerta indicada para abordar su avión. En casi todos se revelan rostros cansados, insomnes, pero también miradas donde ya es posible intuir la calidez de prontos reencuentros.
Frente a mí, en las proximidades de la puerta de embarque A 24, un grupo de bolivianos duermen a pierna suelta. Al cabo de un rato uno de ellos despierta y sorprendido me mira por un momento, luego, desconfiado, dirige los ojos a su equipaje de mano. Todo está en orden y no hay nada que temer. Y una vez vencidas somnolencia y desconfianza iniciales comienza la fraternal conversa.
Es un grupo de comerciantes paceños, aimaras, que están de regreso de una feria en China. A esta inicial presentación por supuesto sobrevienen las preguntas de rigor. ¿Y la Muralla y las otras reliquias milenarias? No hay tiempo para el turismo, me dice. Las negociaciones son intensas y hay que asegurar que todo quede en orden. ¿Y el idioma? Sigo curioseando. Estamos aprendiendo, pero nos vamos entendiendo. Es que los chinos se parecen muchos a nosotros. ¿Cómo es eso? Tienen formas de hacer tratos muy parecidas a las que tenemos nosotros, la palabra vale mucho. Hay costumbres muy parecidas. Y me da innumerables ejemplos de entendimientos donde la confianza media entre dos culturas aparentemente en las antípodas, digo aparentemente porque se cree que los primeros pobladores de esta parte del planeta provenían de Asia precisamente. Y tal vez lo que está sucediendo ahora sea una reminiscencia de esos remotos tiempos en los que se inauguró la vida humana en estas tierras.
Esta sabrosa conversación me hace caer en cuenta de una paradoja: por lo que me asegura mi amigo aimara, resulta que es más fácil entenderse con un empresario chino que con uno boliviano de la zona Sur de La Paz. Porque, y esto es igualmente parte del testimonio recogido, ninguno de estos empresarios y comerciantes globalizados es parte de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia, aunque manejen tanto o mucho más dinero que ellos. No frecuentan los mismos círculos y "no hablan el mismo idioma". Además todos esos están quebrados, se acostumbraron a vivir de los gobiernos, agrega con vehemencia mi eventual compañero de tránsito en Guarullos.
Me queda claro que la confianza y la reciprocidad, tan natural en el mundo plebeyo e indígena, y que los expertos vinieron en llamar Capital Social, no solo facilita transacciones comerciales, sino enriquece la vida en general. Pienso que tal vez a los bolivianos con mucha frecuencia se nos compliquen las cosas justamente debido a tanta desconfianza que aprendimos a abrigar en los últimos años.
Pero también esto evidencia que la mundialización está posibilitando la apertura de espacios donde se van insertando sectores subalternizados, que aferrados a su cultura y sin necesidad de renegar de ella, navegan con soltura en las tumultuosas aguas de un mundo cada vez más parecido a una pequeña aldea.
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