El retorno de las palabras perdidas
Quienes creían que las palabras esenciales se habían perdido para siempre, hoy pueden escribir su propia fe de erratas. Las palabras francas, transparentes y sin tapujos, en estos días alzan su libre vuelo en el universo virtual de las redes sociales y ya liberadas de los claustros escolásticos o de las celdas del poder, por fin dejaron de ser exclusividad de escribidores profesionales o de cortesanos de oficio.
Estamos viviendo una verdadera revolución del lenguaje, que a su vez está propiciando otras revoluciones también verdaderas. Palabras que convocan a solidaridades antes impensadas, palabras que emplazan a alzamientos inimaginables y palabras que a todos nos interpelan, incluidos a aquellos que creyeron que en la soledad de su habitación habían encontrado un refugio seguro frente a los malestares del mundo.
Son fugaces, mas no efímeras, su esencia está en su pequeñez -140 caracteres en el Twitter algo más en el Facebook- y a su manera reconquistan los territorios que arteramente le habían sido arrebatados al aforismo, esa manera desfachatada y contundentemente breve a la que apelaron para perpetuar verdades esenciales sabios de todos los tiempos. Como escribe Antoni Gutiérrez “Amamos lo breve por su naturaleza de principio, de pilar, de fundamento. Porque necesitamos construir lo complejo desde lo básico. Porque necesitamos certezas, que son más valores que teorías”.
Así, palabrejas como “oficial” o “formalmente” por fin están dejando de tener sentido, porque no hay una voz autorizada, son muchas y diversas, contradictorias con frecuencia, y las formas, siempre dictadas por la moral de turno, languidecen frente a furiosos arrebatos de pasión por amores irremediablemente perdidos, ante justas indignaciones contra los que desde siempre jugaron haciendo trampas o errores de ortografía que deben estar quitando el sueño a los solemnes viejitos de la Real Academia de la Lengua dizque española.
Las congojas amorosas ahora son tan vertiginosas como públicas, las causas perdidas por fin encontraron el rumbo de sus certidumbres y la política nunca más volverá a ser la misma, pues como escribía en el muro virtual un indignado español “si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”. Así de claro, así de breve.
Y la política no será la misma porque ahora está más vigilada y los exabruptos del poder son castigados por una nueva ciudadanía ecuménica que dialoga, delibera y encuentra sentidos comunes en un mundo presa de seculares inequidades y de desafíos que ponen en duda la propia existencia de la especie, pero como nunca antes tan fraternalmente empequeñecido por las comunicaciones de nueva generación, verdad que todavía muy afincadas en la clase media, pero que ojalá cada vez sean más incluyentes y de esa manera den voz a quienes hasta ahora fueron silenciados.
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