Entre Marx, Frantz Fanon y un indígena desnudo


Anclarlos en el pasado y hacerlos depositarios idealizados de las claves de la redención de la humanidad, es inicialmente obra de los antropólogos europeos, pero luego es sobre la base de esos imaginarios que se van fundando los discursos políticos, los sentidos comunes y las narrativas académicas que aspiran a ser progresistas. Los primeros, es decir los antropólogos, tal vez pecaron de paternalistas en su pretensión por mostrar un mundo nuevo, el siempre codiciado paraíso perdido. En tanto desde lo político se instrumentaron y exacerbaron esos prejuicios en el afán de construir hegemonías convocantes y argumentadas, y aun los propios movimientos indígenas, en los momentos de más plena autonomía, terminaron presas de esas rémoras que hoy, a la luz de la experiencia histórica, sabemos que jugaron en su contra.
Así, los indígenas todavía escandalizan a sectores de las clases medias urbanas cuando, por ejemplo, aparecen volando en un avión o usando un celular de alta gama, porque eso no corresponde con el ser que para ellos imaginaron. No es la clásica postal folclórica y colorida para consumo de turistas. Se trata de una incongruencia digna de la moderna inquisición, es decir de una foto apresuradamente posteada en el Facebook y un comentario como éste que es textual y, lo reconozco, extremo, pero ilustrativo: “miren que saven los chanchos de ojarazcas”. La ortografía es también textual y extrema.   
Pero contra viento y marea los indígenas “realmente existentes” en la cotidianidad de los hechos han demostrado que son tan contemporáneos como nadie, han construido su propio tiempo histórico, pero entramado con los “otros” tiempos que fluyen en nuestro abigarrado mundo. Un tiempo edificado con memoria, por supuesto, pero sobre todo con avidez de presente y futuro.
Tal vez leer con detenimiento esta frasecita del viejo Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte: “La revolución social no puede sacar su poesía del pasado, sino únicamente del futuro” hubiera procurado un diálogo más fecundo entre los indígenas “realmente existentes”, contemporáneos, y la sociedad envolvente, seguramente también con los propios movimientos políticos que los expresaron pero que no siempre los significaron en sus más íntimas texturas.  
Evidencia de su contemporaneidad son sin duda la nueva arquitectura andina o crecientes esquemas empresariales de producción y comercialización de productos en el Chaco y la Amazonía o el fluido y voluminoso comercio de aimaras con los chinos, motivo de escándalo también, pues se prejuzga que por naturaleza el capitalismo debería serles ajeno. Y que yo sepa, y lo se relativamente bien porque por quince años conviví con ellos, entre los indígenas hay capitalistas, socialistas, de la tercera vía y una infinidad de variantes más como ocurre en cualquier otra sociedad. Porque dicho sea de paso, no existe EL indígena, sino una diversidad de seres únicos e irrepetibles, con luces y sombras, con grandezas y miserias, como lo somos todos.
“Mi piel negra no es un depósito de valores específicos” escribió hace ya más de cincuenta años Frantz Fanon y quienes hoy criminalizan a “los indígenas” porque entre ellos hay quienes cayeron en actos de corrupción no solo cometen una imprecisión o una inocente generalización, sino refuerzan estereotipos finalmente coloniales, pues el colonialismo fue precisamente eso, la negación de la humanidad específica del colonizado, la enajenación de su ser y mundo real.  “No hay mundo blanco, no hay ética blanca, ni tampoco inteligencia blanca” continua Frantz Fanon, y yo agrego que tampoco mundo, ética o inteligencia afro o indígena, pues, volviendo una vez más a Fanon “Hay en una y otra parte del mundo hombres que buscan”. Y en la Bolivia de los últimos 10 años hay indígenas que buscan y que también ya encontraron algunas claves de su futuro, como aquella en virtud a la cual hoy en día un niño indígena con total claridad pueda afirmar “Yo puedo ser presidente de este país” y no habría porque no creerle. Esa para mi es la más grande mudanza que vivimos en los últimos alucinantes tiempos y acaso solo por ella bien habrán valido la pena.



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