Bolivia
Cuentan que cuando Casimiro Olañeta tuvo noticias de que tras la batalla de Ayacucho, Sucre, vencedor y ya imparable, se dirigía al Alto Perú para continuar la arremetida de los ejércitos libertadores en contra de los últimos reductos del poder español que ya agotado irremediablemente se extinguía, montó a un caballo y en un incesante galope dio alcance al joven y recientemente nombrado Mariscal para hacer lo que mejor sabía hacer, conspirar e intrigar. Pero esta vez no se trataba de una conjura más, semejante a las que a diario bullían en los pasillos del poder colonial en la leguleyesca Charcas, donde junto a otros “doctorcitos” se había formado y adquirido las destrezas de una oratoria vacía pero convincente, esta vez tenía como misión persuadir a Bolívar, a través del más fiel de sus soldados, de la creación de una nueva República, que “además llevaría el nombre del ilustre caraqueño” cuentan que argumento. Así, a galope de caballo, nació Bolivia.
Pero ese nacimiento tenía sus pecados originales inconfesados hasta ahora. El mayor de ellos, sin duda, que se producía sobre los restos de los verdaderos gestores de la libertad de esta parte del continente: las republiquetas guerrilleras. Exhaustas tras largos años de incesante batallar y sin posibilidades de convertirse en el poder gestor del nuevo país que más allá de los deseos de Olañeta y de las elites a último momento conversas a la gesta de la independencia, era una necesidad en función a equilibrios geopolíticos y otras razones más profundas que el tiempo iría a confirmar.
Asimismo, la nueva República se fundaba sobre el mito de ser la poseedora de un descomunal pero deshabitado territorio, en el que sin embargo ya vivían esos seres que hoy sabemos son parte de una mágica diversidad de pueblos indígenas que con seguridad en ese momento fundacional no tuvieron siquiera noticias de un acontecimiento que les marcaría para siempre el destino. En esa medida, Bolivia era solo una abstracción delirante de elites criollas tardíamente adscritas a la causa republicana, afincadas en ciudades construidas por indios y alimentadas por su sudor en las minas potosinas, los obrajes paceños y los campos cochabambinos.
Ahora recién sabemos, por investigaciones históricas recientes, que las filas de los ejércitos guerrilleros no solo estaban integradas por numerosos líderes indígenas, sino que los ayllus comunales se habían convertido en fuente de sustento y refugio para los indoblegables luchadores. Es decir, los excluidos del festín republicano inaugural, a lo largo de los años precedentes habían construido una fuerte alianza que sin embargo no les serviría para finalmente hacerse del poder. A propósito, Juan Walparrimachi, guerrillero indio y lugarteniente de Juana Azurduy de Padilla, había escrito en uno de sus versos “el sol a todos alumbra / a todos menos a mi” tal vez como una temprana premonición de lo que iría a ser una República que en su difuso esplendor nunca iluminó a todos.
La riqueza de Potosí, una de las razones de la elite criolla para aspirar a un país propio, más allá de su exuberante realidad, iría a convertirse en el mito primigenio que a su manera llegará hasta nuestros días y estampará indeleblemente nuestra vida republicana. Porque el oro y la plata potosinos, que se repetirán en otras riquezas naturales, como el gas en estos tiempos, nos marcarán como una patria de mentalidad minera, es decir acostumbrada a vivir de la explotación inclemente de sus recursos sin apenas pensar en el día en que estos inevitablemente se agotarán. Así, primero la minería y ahora el gas, ordenaron nuestra vida, fundaron imperios, alumbraron elites, erigieron y tumbaron gobiernos, y en su tiempo nos llevaron a crueles guerras internacionales, pero sobre todo, atroz paradoja, nos hicieron cada vez más pobres. Pero irónicamente, este país de siempre pobres, fue la cuna de uno de los hombres más ricos del mundo, con títulos nobiliarios adquiridos a peso de oro de la siempre pragmática y no pocas veces quebrada nobleza europea.
Así, a imagen y semejanza de una elite de mentalidad minera, incapaz de mirar al país en toda su extensión territorial y ajena a la diversidad social que hoy sabemos se cristaliza en más de treinta pueblos indígenas, se fue construyendo una república asentada en unos cuantos centros urbanos donde el poder político era ordenado por los detentadores de la riqueza natural de turno, mientras una extensa periferia de comarcas sumidas en el olvido languidecían en un sueño provinciano ajeno a los destellos de ciudades que aspiraban a parecerse a las metrópolis europeas, primero, y norteamericanas luego, consiguiendo en el intento ser apenas bochornosas caricaturas.
Luego vendría una larga y trágica historia de cuartelazos y motines palaciegos, también otros simplemente obrados a campo traviesa, porque hasta bien entrada la república el gobierno estaba en la grupa del caballo del caudillo de turno. Más tarde este país perdió un mar que todos hasta ahora añoramos, conoció los rigores de una guerra incomprensible con el Paraguay en los yermos arenales del Chaco, pero también vivió los júbilos de múltiples levantamientos populares y en 1952 una revolución nacional que dio tierras a muchos y ciudadanía a otros, pero que finalmente no llegó a tocar las texturas intimas de una sociedad que para ese entonces ya se había consolidado como un estado con un solo rostro y un hablar monolingüe.
Así llegamos hasta estos días, sosteniendo por diversos medios los pecados de nuestro origen. Porque como alguien dijo, toda sociedad tiene la coyuntura de su estructura, es decir la crisis, perdurable y recurrente, que vive Bolivia, hunde sus raíces en su historia más profunda. Y son dos las rupturas en las que ésta se manifiesta, por una parte, la perdurabilidad de un estado y sociedad excluyentes en lo social y étnico, pero a la par de ello una estructura estatal centralista, propiciadora de marginación y profundas disparidades regionales.
A su vez, ambos quiebres históricos, se hallan surcados por una realidad de pobreza ya del todo inadmisible a estas alturas de la historia. Pobreza, que a su turno, bien puede ser explicada por ambos factores estructurantes de la crisis, pues está ampliamente demostrado que la discriminación étnica es un factor para que la pobreza subsista y, quienes vivimos en territorios marginados, igualmente sabemos que la exclusión regional es un perverso caldo de cultivo de la miseria.
Y es justamente en este espectro de crisis estatal que en diciembre de 2005 irrumpe en la historia nacional el proyecto del Movimiento al Socialismo (MAS) encarnado en Evo Morales, enarbolando una agenda que busca dar respuesta a esa realidad ineludible de exclusión social y étnica, pero asimismo desde las regiones emerge una propuesta que a su vez pugna por dar cuenta de esa otra irresolución histórica de la sociedad boliviana, es decir la exclusión regional, que con el tiempo se traducirá en la demanda de autonomías regionales.
Así vistas las cosas, no tendríamos que estar frente a dos proyectos de sociedad excluyentes entre sí, sino por el contrario, complementarios, interdependientes y que encarados de manera conjunta, deberían generar un nuevo pacto social, inclusivo en lo social y étnico, pero también equitativo en lo regional. Pero las cosas en la realidad de las sociedades no suceden con la diafanidad de los análisis académicos, pues en ellas, los intereses ligados al estado de cosas que se busca cambiar, las visiones ideológicas exacerbadas en las circunstancias de crisis y el afloramiento de extremos maximalistas, cuando no mezquindades de diversa raigambre, le añaden a las coyunturas sociales su dosis de complejidad y conflicto, que es lo que estamos viviendo en estos días.
Son tiempos difíciles por los que transitamos, siempre lo fueron, vientos de odio e intolerancia recorren las calles de este país ya acostumbrado a existir al borde mismo del abismo, pero sin embargo, acaso por primera vez, nos estamos viendo frente al espejo tal como somos, sorprendidos en nuestra desnudez, desmesuradamente diversos, apasionados al extremo, gestores de hazañas pero también tentados por pequeñeces y ciegos egoísmos. No es fácil, el espejo de la realidad nos devuelve una imagen que no nos gusta, porque en ella aún se ve mucho racismo, intolerancia y elites que juegan haciendo trampas, todo eso somos, pero también sueños y esperanzas de un país que por fin alumbre y cobije a todos. Y, tal vez lo más importante de todo, este parto doloroso está ocurriendo en democracia.
Pero ese nacimiento tenía sus pecados originales inconfesados hasta ahora. El mayor de ellos, sin duda, que se producía sobre los restos de los verdaderos gestores de la libertad de esta parte del continente: las republiquetas guerrilleras. Exhaustas tras largos años de incesante batallar y sin posibilidades de convertirse en el poder gestor del nuevo país que más allá de los deseos de Olañeta y de las elites a último momento conversas a la gesta de la independencia, era una necesidad en función a equilibrios geopolíticos y otras razones más profundas que el tiempo iría a confirmar.
Asimismo, la nueva República se fundaba sobre el mito de ser la poseedora de un descomunal pero deshabitado territorio, en el que sin embargo ya vivían esos seres que hoy sabemos son parte de una mágica diversidad de pueblos indígenas que con seguridad en ese momento fundacional no tuvieron siquiera noticias de un acontecimiento que les marcaría para siempre el destino. En esa medida, Bolivia era solo una abstracción delirante de elites criollas tardíamente adscritas a la causa republicana, afincadas en ciudades construidas por indios y alimentadas por su sudor en las minas potosinas, los obrajes paceños y los campos cochabambinos.
Ahora recién sabemos, por investigaciones históricas recientes, que las filas de los ejércitos guerrilleros no solo estaban integradas por numerosos líderes indígenas, sino que los ayllus comunales se habían convertido en fuente de sustento y refugio para los indoblegables luchadores. Es decir, los excluidos del festín republicano inaugural, a lo largo de los años precedentes habían construido una fuerte alianza que sin embargo no les serviría para finalmente hacerse del poder. A propósito, Juan Walparrimachi, guerrillero indio y lugarteniente de Juana Azurduy de Padilla, había escrito en uno de sus versos “el sol a todos alumbra / a todos menos a mi” tal vez como una temprana premonición de lo que iría a ser una República que en su difuso esplendor nunca iluminó a todos.
La riqueza de Potosí, una de las razones de la elite criolla para aspirar a un país propio, más allá de su exuberante realidad, iría a convertirse en el mito primigenio que a su manera llegará hasta nuestros días y estampará indeleblemente nuestra vida republicana. Porque el oro y la plata potosinos, que se repetirán en otras riquezas naturales, como el gas en estos tiempos, nos marcarán como una patria de mentalidad minera, es decir acostumbrada a vivir de la explotación inclemente de sus recursos sin apenas pensar en el día en que estos inevitablemente se agotarán. Así, primero la minería y ahora el gas, ordenaron nuestra vida, fundaron imperios, alumbraron elites, erigieron y tumbaron gobiernos, y en su tiempo nos llevaron a crueles guerras internacionales, pero sobre todo, atroz paradoja, nos hicieron cada vez más pobres. Pero irónicamente, este país de siempre pobres, fue la cuna de uno de los hombres más ricos del mundo, con títulos nobiliarios adquiridos a peso de oro de la siempre pragmática y no pocas veces quebrada nobleza europea.
Así, a imagen y semejanza de una elite de mentalidad minera, incapaz de mirar al país en toda su extensión territorial y ajena a la diversidad social que hoy sabemos se cristaliza en más de treinta pueblos indígenas, se fue construyendo una república asentada en unos cuantos centros urbanos donde el poder político era ordenado por los detentadores de la riqueza natural de turno, mientras una extensa periferia de comarcas sumidas en el olvido languidecían en un sueño provinciano ajeno a los destellos de ciudades que aspiraban a parecerse a las metrópolis europeas, primero, y norteamericanas luego, consiguiendo en el intento ser apenas bochornosas caricaturas.
Luego vendría una larga y trágica historia de cuartelazos y motines palaciegos, también otros simplemente obrados a campo traviesa, porque hasta bien entrada la república el gobierno estaba en la grupa del caballo del caudillo de turno. Más tarde este país perdió un mar que todos hasta ahora añoramos, conoció los rigores de una guerra incomprensible con el Paraguay en los yermos arenales del Chaco, pero también vivió los júbilos de múltiples levantamientos populares y en 1952 una revolución nacional que dio tierras a muchos y ciudadanía a otros, pero que finalmente no llegó a tocar las texturas intimas de una sociedad que para ese entonces ya se había consolidado como un estado con un solo rostro y un hablar monolingüe.
Así llegamos hasta estos días, sosteniendo por diversos medios los pecados de nuestro origen. Porque como alguien dijo, toda sociedad tiene la coyuntura de su estructura, es decir la crisis, perdurable y recurrente, que vive Bolivia, hunde sus raíces en su historia más profunda. Y son dos las rupturas en las que ésta se manifiesta, por una parte, la perdurabilidad de un estado y sociedad excluyentes en lo social y étnico, pero a la par de ello una estructura estatal centralista, propiciadora de marginación y profundas disparidades regionales.
A su vez, ambos quiebres históricos, se hallan surcados por una realidad de pobreza ya del todo inadmisible a estas alturas de la historia. Pobreza, que a su turno, bien puede ser explicada por ambos factores estructurantes de la crisis, pues está ampliamente demostrado que la discriminación étnica es un factor para que la pobreza subsista y, quienes vivimos en territorios marginados, igualmente sabemos que la exclusión regional es un perverso caldo de cultivo de la miseria.
Y es justamente en este espectro de crisis estatal que en diciembre de 2005 irrumpe en la historia nacional el proyecto del Movimiento al Socialismo (MAS) encarnado en Evo Morales, enarbolando una agenda que busca dar respuesta a esa realidad ineludible de exclusión social y étnica, pero asimismo desde las regiones emerge una propuesta que a su vez pugna por dar cuenta de esa otra irresolución histórica de la sociedad boliviana, es decir la exclusión regional, que con el tiempo se traducirá en la demanda de autonomías regionales.
Así vistas las cosas, no tendríamos que estar frente a dos proyectos de sociedad excluyentes entre sí, sino por el contrario, complementarios, interdependientes y que encarados de manera conjunta, deberían generar un nuevo pacto social, inclusivo en lo social y étnico, pero también equitativo en lo regional. Pero las cosas en la realidad de las sociedades no suceden con la diafanidad de los análisis académicos, pues en ellas, los intereses ligados al estado de cosas que se busca cambiar, las visiones ideológicas exacerbadas en las circunstancias de crisis y el afloramiento de extremos maximalistas, cuando no mezquindades de diversa raigambre, le añaden a las coyunturas sociales su dosis de complejidad y conflicto, que es lo que estamos viviendo en estos días.
Son tiempos difíciles por los que transitamos, siempre lo fueron, vientos de odio e intolerancia recorren las calles de este país ya acostumbrado a existir al borde mismo del abismo, pero sin embargo, acaso por primera vez, nos estamos viendo frente al espejo tal como somos, sorprendidos en nuestra desnudez, desmesuradamente diversos, apasionados al extremo, gestores de hazañas pero también tentados por pequeñeces y ciegos egoísmos. No es fácil, el espejo de la realidad nos devuelve una imagen que no nos gusta, porque en ella aún se ve mucho racismo, intolerancia y elites que juegan haciendo trampas, todo eso somos, pero también sueños y esperanzas de un país que por fin alumbre y cobije a todos. Y, tal vez lo más importante de todo, este parto doloroso está ocurriendo en democracia.
Comentarios
Entonces muchas medidas se las toma con el corazón, con el puño izquierdo levantado y no con una mentalidad de estado y de beneficiar a todos por igual.
El gobierno nacionaliza los hidrocarburos (por ejemplo), pero no ha sido capaz de crear más fuentes de empleo.
Bueno contanos más.
Saludos.