Canto del Agua
Por la ruta que va de Yacuiba a Palos Blancos, hoy he vuelto a bajar del Aguaragüe, majestuoso y aún cubierto por las brumas del amanecer, a Canto del Agua y, una vez más, tuve la certeza de estar en el lugar que posee el nombre más bonito con el que ser humano alguno haya nombrado jamás a un territorio. Y garabateo sin dudar la palabra “certeza” porque de la infinidad de lugares donde algún día amanecí, muchos de ellos con bellos nombres en los más diversos idiomas, ninguno se asemeja siquiera al de esta comunidad del pie de monte chaqueño, por lo sonoro, delicado y musical. Canto del Agua es, además, un lugar de una belleza extraña y sensorial, porque tiene la virtud de despertar los sentidos y ponernos en alerta ante el más imperceptible de los murmullos -al amanecer solo el canto de los pájaros- y librados a los aromas de la tierra siempre recién llovida, porque ante un nuevo día, este lugar eternamente parece estar renaciendo de un pertinaz e inmemorial aguacero. Pero también, con