Entre dos mundos
Ya sea por viajes reales, es decir con patentes partidas y urgentes retornos, o simplemente por desplazamientos imaginarios a través de los libros, pues como alguna vez dijo Borges “leer es la forma más cómoda y segura de viajar, pero también puede ser inquietante”, tuve acceso a dos mundos tristemente fragmentados. El de la modernidad de las grandes y oropeladas urbes y el universo de umbrías comarcas donde la vida se asemeja más a un milagro que, como siempre debería ser, a una celebración de la naturaleza, pues según intuyo todos los dioses actúan a través de ella y de ahí su sagrada investidura. Y en estos andares fui asumiendo una actitud que con el tiempo tomé como una modesta misión: tender, también modestamente, puentes entre esos dos mundos. Pues siempre entendí que la vida que me tocó vivir era en cierta medida un privilegio y a todo privilegio, siempre inmerecido, le debería corresponder cuando menos una obligación. En esos afanes de oficioso y perplejo