Bolivia
Cuentan que cuando Casimiro Olañeta tuvo noticias de que tras la batalla de Ayacucho, Sucre, vencedor y ya imparable, se dirigía al Alto Perú para continuar la arremetida de los ejércitos libertadores en contra de los últimos reductos del poder español que ya agotado irremediablemente se extinguía, montó a un caballo y en un incesante galope dio alcance al joven y recientemente nombrado Mariscal para hacer lo que mejor sabía hacer, conspirar e intrigar. Pero esta vez no se trataba de una conjura más, semejante a las que a diario bullían en los pasillos del poder colonial en la leguleyesca Charcas, donde junto a otros “doctorcitos” se había formado y adquirido las destrezas de una oratoria vacía pero convincente, esta vez tenía como misión persuadir a Bolívar, a través del más fiel de sus soldados, de la creación de una nueva República, que “además llevaría el nombre del ilustre caraqueño” cuentan que argumento. Así, a galope de caballo, nació Bolivia. Pero ese nacimiento tenía sus peca